“El Amor busca la bendición de Dios”

Día 17

Pues le haces bienaventurado para siempre; con tu presencia le deleitas con alegría. (Salmo 21:6)

Es cierto, todos queremos bendición para nuestros hijos. Deseamos que sean fuertes, sabios,
habilidosos, alegres; bendecidos con amistades maravillosas y matrimonios saludables. ¿Pero quién
es la persona que recibe la bendición de Dios? ¿Y cómo pueden experimentar esto nuestros hijos?
En primer lugar, ¿sabías que tu fe y tu relación personal con Dios pueden invitarlo a bendecir más a
tus hijos? La Escritura afirma: «Bienaventurado todo aquel que teme al SEÑOR, que anda en sus
caminos», lo cual hace que tus hijos crezcan «como plantas de olivo alrededor de tu mesa»:
fructíferos, fuertes y prósperos (Sal. 128:1,3).
Dios declaró que bendijo a los descendientes de Abraham por la gran fe del patriarca (Gén. 17:6-8).
Más adelante, le dijo al pueblo en la frontera de la tierra prometida: «He puesto ante ti la vida y la
muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia,
amando al SEÑOR tu Dios, escuchando su voz y allegándote a Él» (Deut. 30:19-20).
Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu». Ser «pobre en espíritu» se refiere a depender
momento a momento de la fortaleza, el Espíritu y la sabiduría de Dios y no de nuestros recursos. Es
reconocer que solo Él provee el perdón y la salvación, y que no son cuestiones que surgen de
nuestro interior.
Como padres, deberíamos transformar nuestros hogares en lugares de oración, donde nos guiemos
mutuamente a admitir con humildad nuestra necesidad y pedirle a Dios Su gracia que nos da poder
y nos capacita.
«Bienaventurados los que lloran». Dios promete consolar y bendecir a los que lloran por las cosas
que lo hacen llorar a Él. La vida de un niño debería incluir mucha diversión y risas, pero aun así,
reconocer que muchas otras cosas no son divertidas; como la violencia y el abuso, el dolor de un
amigo cercano o la pérdida de un ser querido. El amor equilibra las expresiones de gozo con
lágrimas prudentes.
«Bienaventurados los humildes». El amor no se altera ni es obstinado; no menosprecia a otros ni
actúa con superioridad.
La palabra original de la Biblia aquí es «mansos», que no quiere decir débiles, sino, más bien, saber
mantener «la fortaleza bajo control». Significa no necesitar tener más fuerza y brillo que los demás
ni tener que opacarlos. Es mantener los pies sobre la tierra y ayudar a los demás a sentirse bien.
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia». Tenemos que anhelar vivir bien y estar
a cuentas con Dios y con los demás.
«Bienaventurados los misericordiosos»: aquellos que perdonan a los demás, que tienen compasión
del necesitado y andan con un corazón de siervo listo para ayudar.
«Bienaventurados los de limpio corazón»: aquellos que no muestran una cara diferente en dos
situaciones distintas, sino que caminan en integridad y están dispuestos a arrepentirse si fracasan.
«Bienaventurados los que procuran la paz»: aquellos que se apuran a mitigar los desacuerdos y
ayudar a los demás a estar en paz entre ellos y con Dios.

Por último, Jesús dijo que son bienaventurados los que reciben burlas y maltratos, ya sea por una
reacción violenta contra su buena conducta, su fe cristiana o su postura valiente sobre un principio.
Nuestros hijos deberían aprender a regocijarse si tienen la aprobación de Dios, sin importar que el
mundo esté de acuerdo o no.
El amor quiere que nuestros hijos sean saludables, felices y que prosperen en todo lo que hagan.
Nosotros soñamos con esto y nos esforzamos por alcanzarlo. Por eso, el amor escoge un camino
comprobado para llevarlos hasta allí: las promesas «bienaventuradas» de Dios para los niños de
todas las edades. Comienza por casa.
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La bendición del SEÑOR es la que enriquece, y Él no añade tristeza con ella. (Proverbios 10:22)

 

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